domingo, 22 de noviembre de 2009

(E)ntr(e) (e)l Apocalípsis y la Utopía

Por Pepe Rojo

Hace ya un buen rato que aprendimos a desconfiar de las utopías. Este mundo triste en el que vivimos, lleno de colores artificiales, "podría ser peor", como escribe Gibson, "podría ser perfecto". El futuro siempre es fascista, y el fascismo ha mostrado ser particularmente hábil para crear imágenes utópicas.

Paralelamente, hemos construido aparatos críticos tan complejos y elaborados que es imposible no criticar. Cualquier propuesta, cualquier idea, sin importar su origen ni su validez, será inevitablemente puesta en tela de juicio, analizada y desmenuzada en cuestión de meses, bajo una infinidad de perspectivas. Hay un placer histérico en el darnos cuenta de que nada es perfecto y señalar las fallas de absolutamente todo. El solo hecho de que muchas personas estén de acuerdo con algo, y ése es el problema que comparten la democracia y el último hit musical, lo hace parecer sospechoso. Todas las ideas, siguiendo a Baudrillard, son historias de desapariciones. Por eso todas las ideas parecen cadáveres. Nos acercamos a ellas como si fuéramos patólogos. La actividad crítica es redactar epitafios.

El futuro parece agonizante. La crisis no sólo la padece la ciencia ficción, con sus problemas para imaginarse un futuro a largo plazo, sino también cualquier habitante de la civilización occidental. Hay una dificultad generacional para imaginarse el futuro más allá de diez, veinte años; hay una conciencia general de que "no hay nada nuevo". El problema no es "¿qué le pasó a la ciencia ficción?", sino "¿qué le pasó al futuro?" Al igual que en la ciencia ficción, el futuro adquiere el matiz de la distopía. El tono apocalíptico de nuestra cultura era explicado hace una década como un síntoma finisecular. A diez años del cambio de milenio, ése clima no parece abandonarnos. Bernardo Fernández iconiza el problema a partir de Blade Runner, indicando la dificultad para imaginarnos un futuro después de noviembre de 2019, fecha en la que inicia la película. Mientras tanto, la Organización Mundial de la Salud indica que la depresión será la segunda enfermedad más debilitante del planeta en 2020 (el primer lugar lo ocuparán las afecciones cardiacas; es inevitable leerlo literariamente, a fin de cuentas, la depresión es un problema del corazón), y el Pentágono predice que las guerras durante los próximos 100 años serán urbanas, con una creciente dificultad para diferenciar la población civil de los "enemigos". La catástrofe ecológica nos va alcanzando a plazos y jaloneos.

La crisis económica actual no parece levantar nuestros ánimos. Dice Zizek que nos resulta más fácil imaginarnos el final del mundo que el fin del capitalismo. En cierta manera, el año 2000 fue una decepción masiva. No pasó nada, ni virus Y2K, ni sectas asesinas o suicidas, ni desastres sociológicos o naturales. El éxito del cine de catástrofes, y su co-relato realista, la crisis ecológica, oscila entre nuestros deseos colectivos y nuestras realidades. "La idea de la libertad", escribe Nakashima-Brown, "encuentra su última expresión en un mundo donde el aparato del estado y las leyes que rigen la propiedad privada quedan igualmente arruinadas". Hay cierto placer en observar en nuestras pantallas y en nuestras calles cómo el mundo se deshace en pedazos. Este ambiente apocalíptico, reforzado en nuestro país por la promesa/amenaza del 2012 maya, y por los ecos revolucionarios que provoca el 2010, produce tanto placer como miedo. Nuestra última utopía es el Apocalipsis.

(E)l fin d(e) los ti(e)mpos suc(e)dió all(e)r

Intentando explicar nuestra obsesión con el fin de los tiempos, William Gibson asegura que "el apocalipsis sucedió ayer" . El problema es que no nos dimos cuenta (estábamos esperando todo un espectáculo con cortinillas y tema musical).

El mundo, como dice otro escritor, no termina con una explosión, sino con un lloriqueo. El problema de nuestra vida es qué hacer después de que el mundo terminó.

La desaparición del futuro es parte de una sintomatología más amplia, que incluye el fin de casi todo, y que marca una relación particular de la civilización occidental con respecto al tiempo. Si el futuro desapareció, habría que pensar cuándo aparece por primera vez y habría que elaborar un "loop extraño" para abordar la ciencia ficción, el género literario que mejor puede abordar la discusión sobre la tecnología, desde la perspectiva de la misma tecnología.

El tiempo, y la historia, hacen su aparición como algo que puede ser transformado a partir de nuestro "escape" de la Edad Media, como parte de la construcción de un proyecto que se reconoce como "era Moderna' y que está íntimamente ligado a la invención de la imprenta. No es casualidad que Tomás Moro publique su "Utopía" en 1516.

El libro, ése artefacto extraño, trae empotrada una estructura que implica un Génesis y un Apocalipsis, un principio y un final contenido entre sus pastas. La novela es producto directo de este artefacto cultural. La visión del tiempo de un libro es siempre lineal e implica un orden racional, en términos de causa y efecto, completamente obsesivo: letra después de letra, palabra después de palabra, renglón después de renglón, página después de página. El alfabeto fonético, a su vez, implica un orden abstracto de las cosas, no sensible (como la pintura) sino conceptual y racional (por eso la insistencia de la arbitrariedad del signo de Saussure). El juego de palabras del término inventado por Tomás Moro, "utopía", implica ya este juego de lenguaje, a la vez un no-lugar (ou-topos) y un mejor lugar (eu-topos). Un neologismo para explicar una nueva concepción del tiempo, el tiempo de lo posible. El "lugar feliz" deja de estar fuera de la historia (el paraíso terrenal, por ejemplo) y pasa a ser una posibilidad. La reproducción en serie del libro como artefacto tecnológico, íntimamente ligada a la ciencia y a la razón, dibuja la puerta de una nueva concepción del futuro: la realidad puede (y debe) ser afectada. La tierra prometida pasa a ser responsabilidad de un proyecto humano: se tiene que inventar.

Si el hombre educado, el individuo, (aquel que lee y que entiende los procesos de orden y racionalización que supone la reproducción masiva de libros, de conocimiento; aquel capaz de formular juicios individuales que pueden ser refutados o aceptados, comprobados, por un público igualmente racional) utiliza la razón para entender un mundo objetivo (también racional, ordenado, común a todos), el hombre educado puede cambiar el mundo para que este sea mejor. La noción de transformación humana del mundo, tanto natural como social, es, según McLuhan, efecto de la cultura escrita, amplificado por la imprenta.


Cuando (e)mp(e)zó (e)l futuro...

La utopía, según Darko Suvin, es, antes que nada, un género literario, una construcción verbal, que retrospectivamente, pasa a ser un subgénero de otro subgénero (la ciencia ficción). Según John Clute, los géneros de lo fantástico (que incluyen el gótico, el horror, la ciencia ficción, la fantasía y la ficción sobrenatural) nacen alrededor de los 1800, "cuando empezó el futuro", cuando ese "lugar de posibilidad" dejó de ser un espacio y se convirtió en tiempo.

Marx, Freud y Darwin jugaron el juego. En ese momento, "se hizo visible la máquina de la historia", Hegel la proclamó dialéctica, y Darwin y los geólogos la extendieron hasta el mundo natural. Al entender sus mecanismos, la realidad se hizo maleable. En términos sociales, también se hizo visible la máquina a secas, no sólo la de la historia. La Revolución Industrial transforma las ciudades y la economía, siguiendo los principos de mecanización de la imprenta, que adquiere un movimiento independiente gracias al motor. La literatura fantástica, según Clute, surge por "la ansiedad de la máquina, del motor", como una actividad profiláctica para disipar y entender esa ansiedad. La actitud ambivalente de la ciencia ficción con respecto a la ciencia y la tecnología surge también como respuesta al "gemelo oscuro" del motor de esa máquina, del motor de esa historia, el Progreso.

La modernidad se caracteriza por la conciencia del cambio. La máquina se acelera y este mundo que se aleja corriendo de las manos de Dios se concibe como un mundo en transformación. "La modernidad", escribía Baudelaire, "es lo transitorio, lo fugitivo, lo contingente" . El presente se convierte en el terreno del hombre moderno, el pasado se intenta explicar y el futuro sigue siendo una posibilidad, un proyecto por el que se puede luchar (y por eso el romance con la revolución), un lugar por construir. El artista moderno de Baudelaire vive con un pie en ese presente transitorio y otro en lo "eterno, lo inmutable" ; nuestro mundo pasajero se intersecta con lo Bello, la Libertad y la Verdad, y se requiere un esfuerzo para hacerlos coincidir.

Mientras tanto el tiempo se objetiviza, se mecaniza y la fotografía logra congelar ese momento transitorio del presente. A finales del siglo XIX, el flujo del tiempo "hizo superficie" y se convirtió en imagen gracias a la invención del cine. El tiempo sufre ahora de convulsiones. Los hermanos Lumiere, experimentando con su nuevo juguetito, hacían proyecciones diarias a su familia, mostrando lo que habían logrado captar. Un día, después de haber filmado un muro derrumbándose, cometieron un error. Montaron la cinta al revés en el proyector. Su reducido público fue testigo de un evento milagroso. Un montón de piedras se organizaba de manera misteriosa y desafiaba la fuerza de la gravedad para convertirse en muro. El tiempo lineal del libro se tambaleaba; ahora se podía mover en diversas direcciones. El montaje mostraba la capacidad del tiempo para ser barajeado, reordenado. Alrededor de estas fechas, Einstein relativizaba el tiempo relacionándolo con la velocidad de la luz mientras HG Wells y Charles Dickens nos permitían viajar en él. La organización de magia el Amanecer Dorado obligaba a sus discípulos a contar su vida al revés como un acto mágico, recurso literario que utilizarían Vonnegut en "Matadero cinco", Carpentier en "Viaje a la semilla" y que continúa hasta nuestros días en películas como "Irreversible" y más recientemente "El caso de Benjamin Button".

El futuro se convirtió en un Otro. Incluso las imágenes adquirieron ese tono. En la pintura, según John Berger, los bodegones, los retratos y los desnudos indicaban el estatus de su dueño; mediante una idealización del presente, le decían a los observadores cómo era el propietario, qué tenía . En la publicidad, las imágenes te muestran cómo puedes ser (si adquieres el producto, por supuesto), y en ese sentido siempre hablan del futuro, siempre son utópicas, por que "en la publicidad el presente es insuficiente" . Así, la publicidad es ciencia ficción. La utopía se vuelve la zanahoria que motiva al consumidor a seguir preocupado por su historia, la promesa utópica de futuro mejor. Así las imágenes posteriores a la IIGM, cuando los productos tecnológicos pasan a ser productos de consumo para uso individual se convierten en imágenes de un Progreso hecho realidad, una utopía a la vuelta de la esquina. Las imágenes de los 50 se convierten en nuestro último "fantasma semiótico" del Progreso como utopía.

La bomba atómica es emblemática del control de la naturaleza, pero también de sus efectos colaterales, y la radiación se extiende, invisible, por doquier. El primer registro de la palabra distopía es de 1868, en un discurso de John Stuart Mill ante el Parlamento británico . Pero es hasta la segunda mitad del siglo XX cuando la distopía se vuelve el género dominante. La desconfianza ante el progreso y ante la idea de que la Razón nos llevaría a un lugar mejor es cuestionada metódicamente. Dick Hebidge define la postmodernidad como "la modernidad sin las esperanzas y los sueños que hacían que la modernidad fuera soportable" . Se desconfía de las utopías, y "Un mundo feliz" (Huxley, 1932) es tan feliz como pesadillesco.

"1984" (Orwell, 1949) introduce un elemento definitivo en la cultura: la telecomunicacion electrónica de imágenes en vivo como instrumento de control, que, al igual que la imprenta, va a transformar radicalmente la cultura. "Fahrenheit 451" (Bradbury, 1953) es pura nostalgia, no sólo del libro, sino también de una cultura oral, previa a la imprenta. Las tres distopías canónigas son angustia del Estado, del individuo.

El nacimiento de la computadora como "máquina universal" durante la II Guerra Mundial acompaña un nuevo y radical acomodo del tiempo. Borges publica "El jardín de los senderos que se bifurcan" en 1941 y Frank Capra estrena "Es una vida maravillosa" en 1946. El cine, y la fotografía, todavía se parecen al libro y a la pintura y son, por lo tanto, objetos modernos. Tienen un marco definido, un principio y un final. La computadora promete una variedad infinita de combinaciones. Es la diferencia entre escribir una novela (o un largometraje) y un videojuego. Para empezar, el videojuego es escrito por un grupo de personas, y no por un artista genial y solitario. En un videojuego, se tienen que escribir todas las posibilidades de acción (todos los senderos del jardín). El jugador va a "actualizar" estas posibilidades al jugar. Es un acto de malabarismo con el tiempo. Lo que está presente en un cartucho de videojuego o un dvd de un programa son todas las posibilidades futuras. El presente se mueve hacia el futuro, cada vez que alguien lo vaya a jugar. La narrativa, y la visión del tiempo, se vuelve cuántica. El jugador "colapsa" la realidad cada vez que juega. No hay nada nuevo, sólo queda la novedad de la experiencia, que ya estaba prevista. El motor es reemplazado por la programación.


La cultura (e)l(e)ctrónica

Según McLuhan, en la historia de la humanidad hay tres culturas, definidas por el medio dominante: la oral, la escrita y la electrónica. El futuro como posibilidad, como utopía, es propio de la cultura escrita. Nuestra cultura actual, la electrónica, todavía es difícil de entender, aunque se hayan escrito toneladas de palabras al respecto.

Es nuestro medio ambiente, y determina qué y cómo entendemos y experimentamos. Una de sus características claves es la simultaneidad. En una cultura electrónica todo ocurre ahora y todo está aquí. El presente se dilata hacia atrás y hacia adelante. "Cuando escuchas la palabra 'progreso' reconoces que estás lidiando con una mente del siglo diecinueve. El progreso se detuvo literalmente con la electricidad porque ahora tienes todo al mismo tiempo. No te mueves de una cosa a otra en el tiempo. No hay una parte del pasado que no esté aquí con nosotros, gracias a la electricidad. Ya no hay más historia, todo está aquí" , decía McLuhan en 1969. El presente se come al pasado y al futuro. Lo retro se convierte en porvenir. "Los límites entre ciencia ficción y realidad social son una ilusión óptica" , escribe Donna Haraway. Si nuestra realidad está llena de "gizmos", la ciencia ficción se vuelve realismo; es nuestro mejor instrumento para intentar entender nuestra vida cotidiana (que ya no el futuro, que ya no la realidad).

Además, el mecanismo del proceso está íntimamente ligado a la velocidad. La aceleración de todos los procesos simultáneos provoca que el mundo parezca "un desorbitado experimento en darwinismo social diseñado por un científico aburrido que mantiene su pulgar en el botón de fast-forward" , según Gibson. Al haberse tragado el pasado y el futuro, el presente se hace increíblemente vasto y es imposible mantenerse al día con él (mi computadora siempre estará vieja, hay mil películas, mil libros, mil discos, mil videojuegos y mil sites que no he procesado). Ya no hay un más allá, sólo hay fantasmas cibernéticos llamándonos desde nuestras múltiples pantallas. Los metarelatos se vuelven una necesidad imperante que nadie tiene. Si el artista moderno de Baudelaire tenía un pie en lo "fugaz y contingente" y otro en lo eterno, el habitante del paisaje electrónico tiene ambos pies en el presente (ya no hay donde más pisar) y de todos modos se tambalea.

La aceleración de la cultura electrónica sustituye la idea moderna de "cambio" (y revolución) por la idea de "crisis". Nuestra historia es la rápida sucesión de crisis, una tras otra. El mundo se transforma radicalmente cada dos minutos (un "refresh" preprogramado). La crisis constante de la cultura electrónica se ha vuelto nuestro modus vivendi, y la única condición de posibilidad de cambio de sus habitantes.

La mezcla de los elementos ya existentes (todo está aquí) en configuraciones que parecen nuevas se vuelve el último refugio de la creación: cyber-punk, nor-tec, avant-pop y ecotopías. Así, desde Blade Runner, el futuro parece más de lo mismo pero peor. La implosión del tiempo, que atrajo al futuro en una trayectoria de colisión con el presente, es el mecanismo básico del cyberpunk y sus "quince minutos en el futuro", que se han ido convirtiendo en diez, cinco, cuatro tres, dos, uno, ¡bienvenidos!

Para McLuhan, el artista (en cualquier campo del conocimiento) es aquel capaz de ver el presente, pues todo el mundo se siente más seguro viviendo en el pasado. Cuando alguien logra ver el presente, todos pensarán que ve el futuro. Por eso, "las utopías son 'imágenes de espejo retrovisor' de la era previa".

La condición del presente es la interfase electrónica. El estar presente (la dimensión espacial del tiempo) significa hoy en día estar presente frente a una pantalla. Un handheld me permite estar conectado a todo el pasado, el futuro y el presente esté donde esté. La conjugación de la cultura electrónica es siempre el futuro anterior: todo "habrá sido", ya no hay "será". El tiempo parece estar atascado: todo es post, o hiper o trans. Algo dejó de avanzar.

El aparato narrativo de la serie televisiva Lost explota esta situación, mediante un "aplazamiento del apocalipsis", según Nakashima-Brown, "a través del abandono del futuro en favor de una exploración de variaciones aditivas del presente" . En la serie siempre aparece un elemento que hace aún más misterios y laberíntico el presente de los personajes. El futuro ya no llega, está escondido en todas partes, sólo hay que saberlo encontrar.
Así, el tan anunciado final de todas las cosas (la muerte de esto y lo otro) es tan sólo, desde un punto de vista mcluhaniano, el cambio de las condiciones de vida anterior, el duelo que sufrimos por cambiar la imprenta por la corriente eléctrica. Es también nuestra creciente inquietud ante las implicaciones del canje.

La singularidad t(e)cnológica

El elemento utópico-apocalíptico queda resumido por la "singularidad tecnológica" que teoriza Vernor Vinge, matemático y escritor de ciencia ficción. Para Vinge, esta singularidad es un nuevo estado, que probablemente será posible gracias a la inteligencia de las computadoras, y que será tan diferente de los seres humanos como estos últimos lo son de los animales, o las plantas de la materia inorgánica.

La "singularidad" es la esperanza (y el miedo) de algo que nos saque de esta condición, de una diferencia radical, una alteridad que le muestre opciones a un mundo en el que la globalización parece homogeneizar y hacer un espectáculo de todo.

Tomás Moro escribe su "Utopía" en latín. Gibson conceptualiza el ciberespacio en una máquina de escribir. La última gran utopía moderna, "Los Desposeídos" (1974) de Ursula K. Le Guin, nos muestra una computadora administrando la anarquía. El subtítulo de la novela de Le Guin, "una utopía ambigua", describe el cambio, esa constante de la modernidad, como el riesgo necesario de todo proyecto utópico, al mismo tiempo que sostiene la existencia de una Teoría unificada, una teoría que pueda explicar todo el universo, una verdad completa. El tiempo es el enemigo de la utopía. A manera de diálogo, Samuel R. Delany escribe "Problemas en Tritón: una heterotopía ambigua" en 1976. La utopía se temporaliza y sólo quedan las Zonas Temporalmente Autónomas de Hakim Bey , "utopías piratas", esos lugares específicos tomados por un periodo limitado de tiempo donde se abren las posibilidades utópicas y que tienen que ser abandonados con la misma rapidez y vehemencia con la que son ocupados. No hay manera de sostener una Verdad, sólo nos queda soportar sus multiplicidades.

La cultura electrónica, o condición postmoderna, hace efectivas una serie de substituciones que afectan directamente el mundo que vivimos. Del alfabeto al código binario; de la metáfora al sistema; del proyecto a la simulación. El individuo racional, con libertad de juicio y orientado hacia la Verdad, se convierte en el sujeto del siglo XX, "sujetado" a su inconciente, a la supraestructura política, a sus límites biológicos. Lo humano se convierte en posthumano. La nación en corporación. La revolución en crisis. La reflexión y el juicio son sustituidos por la sensación y la experiencia. La inteligencia individual pasa a ser inteligencia colectiva. El futuro se convierte en presente. La ciencia ficción deja de ser un género literario y se transforma en un "modo de conciencia", como la nombra Csicsery-Ronay. La ciencia ficción se libera de sí misma gracias a su muerte, y adquiere un carácter viral, infectando la literatura mainstream, infectando la realidad, convirtiéndose en "ficción teorética" , término que utiliza Shaviro para nombrar algunos ensayos. El no lugar de Moro se transforma en el no lugar de Augé, esos espacios divorciados del lugar geográfico, que están en todos lados pero que no están en ninguno, como los McDonald's, como las terminales de aeropuertos y los centros comerciales, espacios ballardianos donde todas las relaciones humanas están contractualmente definidas (y como la realidad virtual, "ese lugar en el que estamos cuando hablamos por teléfono", que es siempre un servicio que alguien provee). El lugar feliz de Moro se convierte en Disneylandia (o en Tijuana, según Krusty el payaso).

Así, el Apocalipsis (y la utopía), sucedieron ayer, y ninguno resultó ser lo que esperábamos. Ambos siguen funcionando como promesa, al mismo tiempo esperada e incumplida, porque el futuro ya no es lo que solía ser. Bajo esta perspectiva, la literatura mejor equipada para explicar la tecnología y advertirnos de sus placeres y sus peligros, parece estar determinada históricamente por su propio tema. Una vez más, parece que no escuchamos las voces de los hombres hablando sobre las máquinas. Tenemos sólo la versión de las máquinas.

"El futuro ya llegó" escribe Warren Ellis en su cómic Doktor Sleepless, y a nadie le parece un lugar agradable. Ellis lleva su reflexión hasta una pregunta: "Alguien se robó tu futuro, ¿no te preguntas quién?". La respuesta del Doktor Sleepless, quien se caricaturiza como científico loco pues nadie le hacía caso cuando era un científico serio, es sencilla: "inmanentizar el Eschathon", hacer posible el fin de todo.

Habría que darnos cuenta, como sugiere Gibson, que el mundo ya terminó, que nuestra realidad es post-apocalíptica. Y que hay algunos de nosotros que creemos que seguimos vivos. Que las cosas pueden empeorar. Y que nada es para siempre. Para bien o para mal, todo cambia.



jueves, 12 de noviembre de 2009

Minibúks

Narración Interplanetaria (1810)


Trece Ficciones Apocalípticas de José Luis Zárate


Tijuana Express de José Luis Ramírez


Azúcar En Los Labios de José Luis Alverdi


De Como El Roñas y Su Mamá Salvaron al Mundo de Héctor Chavarría


Rojos y Morados de Gabriel Trujillo

Se Ha Perdido Una Niña de Alberto Chimal

...Y el Ovni Cayó de F.G. Haghenbeck

El Negro Cósmico de Néstor Robles (Ganador del concurso de CF de T(e)M)

La Mujer de Nadie de Libia Brenda Castro

El Que Llegó al Metro Pino Suárez de Arturo César Rojas


Lucía de Julio César Pérez Cruz (mención honorífica del Concurso de CF T(e)M)

Los Motivos de Medusa de Gerardo Horacio Porcayo

La Pequeña Guerra de Mauricio José Schwarz

Instantáneas F & D de Edgar Omar Avilés

El Duelo de Rodolfo J.M.


(e) de Bernardo Fernández BEF



La Columna de Javier González Cárdenas




viernes, 6 de noviembre de 2009

10 Cómics d(e) Ci(e)ncia Ficción

por Pepe Rojo

1. Alan Moore es otro de mis escritores favoritos, y su trabajo en la ciencia ficción ha sido particularmente acertado, y aunque “Watchmen” me parece una obra excepcional, tengo una debilidad por “V for Vendetta” y su terrorismo poético.



2. Creo que en pocos trabajos literarios se ha tratado con tanto humor e inteligencia nuestro modo de vida post-moderno como en “Doom Patrol” de Grant Morrison. Estos súper-héroes fragmentados y delirantes parecen un recetario de los síntomas de nuestros días.



3. “Moonshadow” de JM de Matteis y Jon J. Muth narra la infancia de un personaje hijo de una hippie y un extraterrestre y sus aventuras extraterrestres. La delicadeza de las imágenes y la agudeza poética del guión me mostraron, hace muchos años, las posibilidades del medio.



4. “Transmetropolitan” de Warren Ellis y Darrick Robertson es referencia indispensable para cualquier persona interesada en urbanismo, periodismo electrónico y ciencia ficción. Mil ideas en cada capítulo y un personaje, Spider Jerusalem, difícil de olvidar: Periodismo sociopático.



5. “The arrival” de Shaun Tan cuenta, sin palabras, una historia de migración que, aunque partiendo de rasgos asiáticos, retrata la difícil adaptación a un lugar extraño que resuena de manera emotiva con la situación de cualquier emigrante, en cualquier lugar del mundo.



6. “Channel Zero” de Brian Woods une varios intereses personales: arte callejero, hacktivismo, estética de bajos recursos y experimentación gráfica. Aunque desordenado e inconcluso, “Channel Zero” sigue provocando ideas y posibilidades.



7. “Akira” de Katsuhiro Otomo es referente obligado de mi generación. Para mí significó el primer acercamiento al manga y su extraordinaria longitud. El ritmo y la complejidad de la historia, el ambiente posthumano, posturbano y postapocalíptico lo convierten en una referencia básica.



8. “Luther Arkwright” de Bryan Talbot es de esas obras maestras a las que se les da muy poca atención. Es la historia de un personaje enfrascado en una guerra en varias dimensiones, lo que le permite a Talbot utilizar una estructura complejísima que anunciaba lo que después haría Moore con Watchmen.



9. Aunque en general la ficción arquitectural de los hermanos Francois Schuiten y Benoit Peeters me gusta mucho, escogí “Corazas” (realizada con Luc Schuiten) para esta lista pues el efecto estético de la colección de historias cortas todavía produce imágenes en mi cabeza, después de 20 años de haber leído la antología.



10. Aunque se podría discutir si “Ed happy clown” de Chester Brown es ciencia ficción, utiliza suficientes figuras del género como para que entre en esta lista. Nada más delirante y escatológico que la historia de un payaso en una realidad onírica y absurda que incluye extraterrestres y un portal dimensional en un ano.



Después seguirían “Doktor Sleepless” y “Planetary” de Warren Ellis, “Stray Toasters” de Bill Sienkewicz, “Ranxerox” de Tamburini y Liberatore, “Los invisibles” escritos por Grant Morrison, “Snuff” de Miguel Angel Martín, “Skin” de Peter Milligan/Brendan McCarthy, y “El Garage hermético” de Moebius.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

(E)l N(e)gro Cósmico ha ll(e)gado

El jurado calificador integrado por Pepe Rojo, Mauricio Ramos y Gerardo Gómez Michel, revisó meticulosamente todos los textos recibidos y determinó que el ganador del Premio Universitario de Cuento de Ciencia Ficción organizado por T(e)M en conjunto con la Facultad de Humanidades es:
"El negro cósmico" de Néstor Robles.
Además contamos con una mención honorífica para:
"Lucía" de Julio César Pérez Cruz.

Ambos cuentos serán editados en la colección de mini-libros que T(e)M presentará en la Facultad de Humanidades, durante la ceremonia de premiación en los primeros días de diciembre.

¡Felicidades a los ganadores!

jueves, 29 de octubre de 2009

Loading...

Los libros ya casi están terminados...

El ganador se revelará pronto...

La información se sigue cargando....







................................................................fin de transmisión

5 Antologías d(e) Cu(e)nto

por Pepe Rojo

1. Aunque “ficción especulativa”, el término que Harlan Ellison utiliza para describir a la ciencia ficción, el horror y la fantasía, es útil, me parece redundante: toda ficción es especulativa. Sin embargo, el título de las cuatro antologías que editó, “Visiones peligrosas”, resume no sólo lo que me gusta de dichos géneros, sino de toda la literatura. Los cuatro volúmenes son imprescindibles.

2. Las “Crónicas marcianas” de Ray Bradbury mantienen un poder envidiable y una capacidad literaria que pocos autores han alcanzado.

3. “Burning chrome” de William Gibson es una especie de catálogo de todo lo bueno que el cyberpunk tuvo en su momento. Ahí están casi todas las ideas del movimiento.

4. Bruce Sterling muestra la variedad de su repertorio en “Globalhead”, que lo lleva más allá del cyberpunk. “We see things differently” sigue explicando muchas de las diferencias que desembocaron en el conflicto actual contra los radicales musulmanes.

5. “The Essential Ellison” es una recopilación de cuentos de Harlan Ellison, quien es mi cuentista favorito, y en el que aparecen por lo menos diez cuentos excelentes.

Además de estas antologías, tendría que añadir varios cuentos más: para empezar, y en México, la producción de Bef me parece de lo más sobresaliente, recopilada en “Bzzzzzt” y “El llanto de los niños muertos”. “Blood music” de Greg Bear, “Bloodchild” de Octavia Butler, “Sandkings” de George R. R. Martin, “They’ de Robert Heinlein y “Who goes there?” de Joseph W. Campbell son cuentos a los que regreso constantemente.

sábado, 24 de octubre de 2009

Se cierra el concurso de CF

La convocatoria concluyó el día de ayer. Recibimos muchos trabajos, estamos evaluando y el jurado tambien. El resultado en la siguiente transmisión...



jueves, 22 de octubre de 2009

D(e) listas y Ci(e)ncia Ficción

por Pepe Rojo

Cuando alguien me pide una lista, de cualquier cosa, el neurótico obsesivo que vive adentro de mi se pone como loco, y me cuesta trabajo mantenerlo bajo control. La Biblioteca Central Ricardo Garibay en Pachuca, me pidió esta lista de las mejores novelas de ciencia ficción hace ya varias semanas y le he estado dando vueltas en mi cabeza. Así que antes de que el futuro de veras nos alcance, entrego mis listas, que ya no son sólo de novelas, sino también de antologías de autor, de cómics y de teoría-ficción.

La advertencia inicial es protocolaria. Negocié con mi neurótico obsesivo para declarar las siguientes listas completamente temporales, producto de mis pésimos hábitos de lectura, enfermas de mala memoria, evidencia de mi ignorancia y concentradas en el material que circula por mi buró, mi escritorio, mi computadora y mi cabeza (que en realidad son la misma cosa) en los meses recientes.

10 Novelas Recurrentes

1. JG Ballard es uno de mis cinco escritores favoritos de todos los tiempos. No creo que exista otro autor que haya diagnosticado con tanta claridad estos extraños tiempos que vivimos. Su obra maestra, “La exhibición de atrocidades” es la novela que escogería para representarlo, pero igual me quedaría con “Rascacielos”, “Crash” o “SuperCannes”.


2. “Random acts of senseless violence” de Jack Womack es una novela de crisis sobre crisis, mientras seguimos la vida de Lola Hart, adolescente de doce años e hija de académicos, en un Manhattan que se desmorona social, económica y culturalmente. Este derrumbe es de las cosas más aterradoras y conmovedoras que he leído en toda mi vida.

3. “Los desposeídos: una utopía ambigua” de Ursula K. LeGuin. Mi utopía favorita. LeGuin hace la descripción más completa de una utopía anarquista que sí funciona a partir de la vida de Shevek y su viaje fuera del satélite Anarres al planeta Urras. Uno de los libros más importantes del siglo XX.

4. “Las partículas elementales” de Michel Houllebecq es un análisis desolado y desolador de la vida a finales del siglo XX, donde la diferencia sexual es planteada como “el” problema de la humanidad (los hombres son unos cerdos). El elemento de ciencia ficción es tan sutil como efectivo.

5. Me quedo con “Cuna de gato” de Kurt Vonnegut por que en la novela, y con su muy peculiar sentido del humor, Vonnegut describe la única religión a la que me uniría, el bokononismo. “Sirenas de Titán” y “Desayuno de campeones” compiten fuertemente por este lugar. Otro de mis escritores favoritos.

6. “El almuerzo desnudo” de William Burroughs es un referente imprescindible del siglo XX. Una colección de relatos novelada difícil y retadora, cuya lectura permite replantearse casi todo, incluso la literatura.

7. Del gran gurú de la paranoia como mecanismo clave de la conciencia en la postguerra, Philip K. Dick, me quedo con “Ubik”, un maravilloso estudio sobre las transformaciones del objeto en nuestros tiempos, aunque también compiten “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? o “The Man in the high castle”.

8. “1984” de George Orwell me sigue pareciendo tan relevante hoy en día como cuando se escribió. Desde el giro lingüístico hasta las webcams, Orwell plantea el autoritarismo y el manejo de la información como los puntos claves de nuestra cultura. Foucault relacionaría el saber con el poder unos quince años después. Tan lejos, tan cerca…

9. “Schismatrix” de Bruce Sterling es una novela (y un ciclo de cuentos) que contiene casi todas las ideas relevantes sobre la transformación de la humanidad en nuestros tiempos. Un libro lleno de ideas.

10. De Kim Stanley Robinson me quedo con “Marte Verde” puesto que detalla una revolución exitosa, lidereada además por científicos (y en ese sentido es utópica). “Marte Rojo” también está lleno de ideas pero nada le gana a un buen final feliz con revolución incluida.

Quedan pendientes los siguientes diez lugares: “Un mundo feliz” de Aldous Huxley, “Soy leyenda” de Richard Matheson, “Mundo invertido” de Christopher Priest, “Neuromante” de William Gibson, “Snowcrash” de Neal Stephenson, “Más que humano” de Theodore Sturgeon, el ciclo de “Heliconia” de Brian Aldiss, “334” de Thomas Disch, “Software” de Ruddy Rucker, “Canticle for Leibowitz” de Walter A. Miller, “Estación de tránsito” de Clifford D. Simak y “Bug Jack Baron” de Norman Spinrad” (sé que son más de veinte, pero bueno…). La ausencia de Stanislav Lem en esta lista es muestra de mi ignorancia.